El asfalto, con la lluvia, parecía de charol. Las aceras rebosaban alegría, extravagancia y juventud. Los coches, en su idiosincrasia, lucían en blanco y negro. Era casi de noche en el Soho.
El restaurante era acogedor, tal vez minimalista. A. e I. salivaban ante la carta mientras I. y yo tratábamos de elegir el vino adecuado de entre una variada oferta internacional. Le he echado el ojo a uno, dijo uno de los dos; y yo, contestó el otro. Como si de una conjunción planetaria se tratase, como en más de una ocasión nos ha sucedido, ambos dirigimos nuestro dedo índice hacia The Ladybird, de la zona vinícola Stellenbosch, de Sudáfrica. Nuestras bocas se llenaron de uva merlot, cabernet sauvignon, cabernet franc y petit verdot para acompañar los pasos y los recesos de una cena inolvidable.
De allí fuimos a Ronnie Scott's y ahora, con la distorsión que siempre acompaña al recuerdo, pienso que quizá estuvimos escuchado en ese templo del jazz a Marlango cantando, por ejemplo, Madness.
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