¿Te parece bien este?, le pregunté. ¡Venga!, contestó. Íbamos a la aventura, como otras veces habíamos hecho, que si tienen mesa para cenar, que no, señor, no hemos reservado, que somos cuatro, que veinte minutos de espera está bien, que sí, por supuesto, en la terraza mejor.
Diez minutos después disfrutábamos de la cálida noche, de la oscuridad del puerto con su rumor de barcos anclados y el susurro adormilado de unas cuantas gaviotas. La luna iluminaba levemente un trozo de mar y, rielando, formaba una perfecta i. El trato fue exquisito, muy amable, la comida, magnífica y la regamos con Son Bordils, un monovarietal cabernet sauvignon de la D.O. Vi de la Terra Mallorca cargado de aromas frutales, de madera, de brillantez. Inolvidable.
Esa noche nos devolvió un amanecer con su principio y su fin, con su melodía. Por eso recurro de nuevo a Pablo Milanés y este Comienzo y final de una verde mañana.
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